La ley de la vida es que nuestros padres lleguen a viejos, lo que conlleva a un deterioro que exige una protección y un cuidado de nuestro mayores que requiere de un cariño y un trato un tanto especial.
Llegando al punto de convertirnos en padres de nuestros padres hasta que llega el momento de su muerte. Decimos esto porque al pasar los años nos toca abrazarlos, acariciarlos, darles de comer junto con los mejore cuidados.
Es normal que tomemos la vejez como la última etapa de vida de una manera negativa. Pero, hay otras razones que nos ayudan a pensar que es una de las etapas más bonitas.
El compartir estos momentos con nuestro padres y abuelos nos llena esa necesidad de afecto, además simboliza el principio de un adiós. Es decir, significa que sostenemos algo que nos hizo crecer y que nos dio la vida con la misma fuerza y empeño con la que se despide.
Un último adiós a la vida de los hijos con los padres
Si nos ponemos a reflexionar el papel de los hijos ante la vejez de sus padres, tenemos que tener presente que no podemos olvidarnos que su vejez supone un adiós en la vida que nos enseñó lo que sabemos ahora.
Cuando nuestros padres se hacen mayor pareciera que comienzan a trotar con si estuviera en una neblina. Lento, lento y con pasos muy precisos. Cuando ese padre fuerte que jamás necesitó ayuda de nadie, te la solicita, te das cuenta que comienza ese camino al último adiós.
Por lo tanto, nosotros como hijos, tenemos que aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella que nos entregó todo para que fuéramos lo que somos ahora, ahora nos toca acompañarlo hasta el final.
A pesar de que , el cuidado de nuestro padres en ocasiones puede resultar agotador, no podemos olvidarnos que ese cansancio y tristeza es parte de ese duelo que necesitamos elaborar. Forma parte de esa despedida de parte de nuestra alma que viene desde la niñez.