Todos en algún momentos hemos sentido ese sentimiento de vacío cuando se nos muere las personas que más queremos.
Afrontar la muerte de un ser querido es como navegar en un océano de enormes glaciares solitarios.
Con el pasar del tiempo vamos despertándonos, amaneciendo de nuevo a la vida y a tibieza de su rumor para percibir que nuestras personas están ahí. Nos acompañan de una forma distinta, durmiendo en mitad de nuestro corazón.
Daphne Du Maurier asegura en uno de sus cuentos que la muerte debería ser como una despedida en una estación de tren. Esta debía darnos la posibilidad de disponer de un intervalo de tiempo para despedirse. Así poder fundirnos en un largo abrazo donde no deja nada pendiente y deja así a la persona querida un ex celeste viaje.
Sabemos que en la vida real no siempre tenemos la posibilidad de estar en ese andén ni de poseer ese tiempo para las despedidas idílicas. El destino, es cruel y afilado y le gusta arrancar de nuestro lado a los tesoros más preciados: nuestras personas más queridos.
A partir de esto, debemos afrontar la mayoría de nuestras pérdidas con una mezcla de ira y desconsuelo. Suele decirse que tras la muerte de alguien cercano, sobrevivimos y nos limitamos a avanzar a contracorriente como si fuéramos los protagonistas de un desenlace vital.
De esta manera se puede ver el duelo como la peor opción. Estamos en la obligación de reconstruir nuestras vidas, hacer de nuestro días un hermoso tributo a quien todavía habita en nuestro corazón, esa persona que nos dejó un legado y nos acompaña de muchas maneras.
Los que siguen con nosotros, son personas que no merecen que nosotros nos perdamos
Muchas veces dudamos en mirar hacia arriba a quienes hemos perdido nuestras personas. Sin embargo, esto no nos separa de todo un cielo ni un grueso muero que divide el universo de los vivos de quienes ya no están. En estos habitan un rincón preciado de nuestro cerebro emocional, que se encuentra fundido en el palacio de nuestras almas y esta mitad de corazón hace que nuestro corazón lata.
Todos los seres humanos se encuentran construidos de recuerdos, vivencias y legados emocionales que dan forma a lo que somos hoy en día. A su vez, nos inspiran y empujan a seguir avanzando. A pesar de que otros ya no se encuentren a nuestro lado.
La primera es donde el mundo se divide entre los que están y los que siguen experimentando el dolor de la muerte de un ser querido y los que aún no.
Siempre están junto a nosotros
Aquello de sobrevivir, se basa en dejar día tras días, atrás a nuestras personas más queridas que fallecieron. Pero, en realidad no se trata de dejar atrás, sino de reconstruir nuestro presente dando paso a un futuro más integro donde los recuerdos y las experiencias sean uno solo.
La doctora Jaime Turndorf afirma que una estrategia muy útil no solo es afrontar el duelo, sino darnos cuenta de las formas en que nos acompañan diariamente nuestros seres queridos, eso en lo que hemos tenido que dejar ir a la fuerza.
La estrategia que recomienda la especié lista es catártica y sencilla. Se basa en un adecuado diálogo interior donde poder cerrar otro asuntos abiertos, curar heridas y quedarnos con ese legado emocional que nos dejó nuestras personas queridas.
Este diálogo interior nos puede servir de gran ayuda, es como crear rincones privados donde curarnos de manera diaria, donde seguir avanzando sabiendo que el amor y el plano físico, no es limitante. Estamos ante una emoción eterna que nos da consuelo y luz. Dejemos que nos atrape y nos ofrezca calor mientras sonreímos nuevamente.